La diagonal 45 F sur, en el barrio Marco Fidel Suárez,
comienza en la transversal 16 A bis y se extiende hasta la avenida Caracas, de
oriente a occidente. Queda a un cuarto de hora del centro de la ciudad en Transmilenio, porque el
trayecto puede durar hasta 40 minutos en una buseta. Si se le pregunta a un habitante de
este barrio sobre su ubicación nunca nos daría razón. Si se le pregunta por la
“calle 46” responde de inmediato. Este era su anterior nombre, y pesar de que
el cambio de nomenclatura lo modificó, la siguen llamando “La cuarenta y seis”.
La misma que vio nacer hace más de 60 años los barrios Marco Fidel Suárez y San Jorge. A lo largo de esta
avenida usted puede desayunar, conseguir los ingredientes para un buen almuerzo
—o comprarlo hecho—, citarse con el novio o la novia, peluquearse para verse bien, apostarle un rato a
la suerte, comprar un regalo, cenar, tomarse una cerveza con un amigo, curar
una resaca con remedios naturales o artificiales,
jugar micro fútbol o baloncesto, orar y arrepentirse de todos los pecados. Hay
202 establecimientos comerciales que forman un cúmulo de colores, formas y
sonidos a lado y lado de la calle, similar a una avenida principal de pueblo.
Entre los más comunes están: 11 panaderías,
con ese único y provocativo aroma; 11 mercados de verdura —o líchigos—, llenos
de ese verdor propio de estos alimentos; 12 restaurantes dispuestos a servir
los “tres golpes” diarios, 20 centros de comunicaciones o cabinas telefónicas, 9 puntos de apuestas,
conocidos como chances.
Hay 10 tiendas de paredes y mesas amarillas —que es el color distintivo de la
marca de cerveza más consumida—, donde es común escuchar, al máximo volumen,
los éxitos de los artistas populares: Darío Gómez, Johnny Rivera, Giovanni Ayala, Charrito Negro, Los tigres del Norte, seguidos
de las voces de personas que los corean a viva voz. Continúan la lista las seis
peluquerías en las que usted se puede acicalar para cualquier reunión y los
tres únicos y particulares negocios de hierbas: sitios especializados en la
venta de plantas medicinales que curan resfriados, malestares estomacales,
dolores de cabeza, resacas y hasta matan pulgas.
LA DECADENCIA
Durante varios años, la 46 fue la vía de acceso principal a los
barrios Marco Fidel Suárez,
San Jorge y San Pablo, por la que era conocida como “la Principal”. Por ahí
llegaban las rutas provenientes de la avenida Boyacá, la 68, la
carrera 30 y la Caracas, lo que estimuló el desarrollo comercial del sector.
Pero aunque estaba iluminada, la opacaba la inseguridad. El parque, localizado
en la 46 con carrera 13, era el epicentro del robo, y no era recomendable pasar
por este lugar de aroma agridulce —un olor generado por la combustión de la
marihuana— en las horas de la noche. Un CAÍ, localizado en el lugar desde hace
ocho años, se vislumbró como la única solución.
La construcción del sistema de transporte masivo por
la avenida Caracas fue algo significativo para el futuro de esta polifuncional avenida. Desde el año 2000, la
“Principal” no sería más la calle 46; la 47 sería su reemplazo. Nació la
estación de Transmilenio de Santa Lucía, de modo que la única
manera de ingresar al Marco Fidel Suárez fue por esta calle; la 46 vio su
habitual camino sellado por ese esperpento de metal y vidrio donde se detienen
grandes buses rojos atiborrados de personas, que más parecen mercancía de carga
que seres humanos. Ya no sería el camino de llegada de los trabajadores y estudiantes hacia sus casas y el
descanso nocturno; ahora se convertiría en el punto de partida de los
habitantes hacia sus obligaciones laborales y académicas, en medio de
las heladas madrugadas, puesto que los buses que cubrían algunas de las rutas
que salían desde estos barrios hacia las principales avenidas partirían de
allí.
Con la llegada del Transmilenio se implantó el Plan de Ordenamiento
Territorial (POT)
para Bogotá y vino el cambio de nomenclatura. La
calle 46 pasó a ser la diagonal 45F. Su sucesora contó con similar suerte, de
calle 47 a diagonal 46. Por ello una dirección tan sencilla como “carrera 15
calle 46-12 sur” se convirtió en un adefesio numérico-literal como “transversal
16H Diagonal 45C 12 sur”, llevando a que muchos se perdieran “¡incluso para
llegar a su propia casa!”.
SI SE PRENDE UNA LUZ SE APAGA OTRA
El tramo que solía ser más transitado en
la 46 iba desde el parque (carrera 13) hasta la avenida Caracas. Esto la hacía
luminosa y llena de vida, pero esa luz —al no tener el mismo volumen de
visitantes nocturnos— se trasladó al sur, a su sucesora. Su pavimento se fue
agrietando poco a poco, pero para el sistema de transporte masivo que se
inauguraba en esos días no tenía importancia. Se buscó remediar el daño a la
malla vial con soluciones pasajeras, como regar escombros, lo que sólo aumenta
el daño: la calzada parece la escenografía de un comercial de camionetas 4x4.
Si se hace una reparación oficial, con “ingenieros, maquinaria y toda la cosa”,
sólo se efectúa en un absurdo tramo de máximo 10 metros, “y eso porque el
barrio esté de buenas”, según afirma la dueña de una de las panaderías más antiguas.
Como si se escogieran al azar las partes de la calle que se van a reparar, es
común ver un trayecto largo de obstáculos callejeros y en medio un sendero en
perfecto estado.
La calle 47, conocida como “la principal”,
fue repavimentada casi por completo. Los hijos verdes de
los grandes buses rojos, conocidos como alimentadores,
ingresarían a estos barrios por allí. Poco a poco fue recibiendo nuevos y
antiguos comerciantes, empezó a llenarse de negocios que la reactivaron. “Es
que, al ver que ahora la principal iba a ser la 47, mucha gente se empezó a
pasar pa’ allá”, comenta un habitante del Marco Fidel Suárez que reside allí hace más de 17 años, y
ha vivido muy de cerca este cambio. ¡Y se hizo la luz! La calle 47, que ni
siquiera era común para el transeúnte se volvió en la más polifacética, iluminada
y recorrida del Marco Fidel Suárez.
Al suprimir las rutas por la Caracas, comenzó a ser transitada por los
habitantes que vienen de alguna parte de esta avenida y que, desde la estación
de Santa Lucía, recorren a pie lo que queda para llegar sus casas. Le dio un
impulso grandísimo a los establecimientos comerciales. Se
podría decir que goza de un mayor esplendor del que tuvo su antecesora.
EL PÁRROCO IMPULSOR DEL MARCO FIDEL SUAREZ
Hacia 1958 un joven llamado Luis Eduardo
Córdoba, estudiante de Contaduría, empezó a trabajar para Rafael Carvajal,
dueño de una empresa urbanizadora.
Luis hacía la contabilidad del loteo de una urbanización que se construía al sur-oriente de Bogotá.
Las personas que adquirían estos lotes tenían que recurrir a hipotecas para
poder hacerse propietarios de una porción de terreno. La mayoría de ellos
provenía del campo, tal como lo dice José Mauricio Sierra —uno de los habitantes más
antiguos— en un pequeño libro que cuenta la historia del Marco Fidel Suárez.
La división de las calles, avenidas y lotes hecha en esa época es la que aún
existe.
A pasar el tiempo, Luis evidenció la
importancia de destinar zonas para el desarrollo de la comunidad: parques,
escuelas, centros de salud. Aprovechando la amistad que había formado con su
jefe, le comentó su inquietud, argumentando que no sólo había que pensar en el
dinero. Don Rafael se disgustó con ese comentario. Los enfrentamientos entre
los dos se hicieron comunes, Luis, incluso, fue acusado de “comunista”; así
que, cansado de la intransigencia de su jefe, optó por renunciar en diciembre
de 1959. En 1960 terminó su carrera y decidió irse a un seminario ubicado en la
Ceja, Antioquia.
Seis años después se ordenaría como sacerdote. Por cuestiones del destino, en
noviembre de 1968 fue nombrado párroco de la Iglesia San Judas Tadeo, en el barrio
Marco Fidel Suárez;
capilla fundada el año en que dejó de trabajar con don Rafael.
Lo primero que hizo fue acercarse a la
gente. La apatía y desunión de los habitantes era una constante, además, había
una rivalidad entre aquellos dos barrios hermanos. Un ambiente muy difícil
porque la mayoría de personas que llegaron a esas tierras habían sido
desplazadas por la violencia bipartidista que desangró al país; ningún vecino
podía confiar en su prójimo debido a las secuelas que esa cultura de la
violencia.
Pero fue en la Iglesia, ubicada en la
calle 46, donde se generó un tipo de resistencia. El padre Luis Córdoba estaba
empecinado en cambiar la mentalidad de los habitantes de los dos barrios, en
quitarles esa desconfianza tan arraigada en pro de su desarrollo.
Tuvo que enfrentarse a los gamonales de la zona, razón por la que empezó a
recibir amenazas de muerte. Poco a poco consiguió el apoyo de los vecinos.
Ahora sí tenía las herramientas para hacer realidad aquello que intentó 10 años
atrás en el barrio.
En enero de 1970 fue capturado por dos
personajes en pleno centro de la ciudad. Resulta que días antes citó a un grupo
de personas a la iglesia, les dijo que llevaran picas, palas y “todas las
herramientas que tuvieran”. En el costado sur de la iglesia había un terreno
que aún no había sido construido, el padre Luis, al verlo, pensó en el colegio
que tanto le hacía falta a su barrio, y se dio a la tarea de trabajarlo y cercarlo. Los vecinos
lo apoyaron respondiendo a un persuasivo aviso que puso el
párroco: “Primero morir que ceder”. Era una situación arriesgada porque
aquellos terrenos pertenecían a la familia Pardo Morales. Efectivamente, al otro
día de empezar las obras, la familia lo demandó.
Lo metieron preso, e indignado por
semejante abuso de autoridad alegó: “¡Señores! Si ustedes no se la saben yo se
las voy a enseñar, un niño, cuando no quiere jugar más dice tacho remacho (…)
eso en derecho se llama Habeas Corpus… ¡o me llaman al juez o me
tienen que dejar libre! O si no, pongo una denuncia por abuso de autoridad”.
Motivo suficiente para hacerse merecedor de una golpiza. De allí fue
trasladado a una celda. Le pidió a un militar que pasaba cerca que llamara al
secretario del Presidente de la República: Álvaro Leyva Durán, amigo suyo.
Estaba preso en el palacio de San Carlos.
Álvaro Leyva se hizo presente, lo sacó de ese lugar y
le pidió que le explicara qué había sucedido. El padre Luis le pidió que lo
llevara a hablar con el presidente Misael Pastrana Borrero. También contó
la historia y aunque el Presidente reconoció que invadir los terrenos estaba
mal hecho, le ofreció todo su apoyo. Esta es otra de las anécdotas que narra
José Mauricio Sierra en su libro, Diario de un
híbrido.
OBRAS CON EL SUDOR DE TODOS
El Alcalde de la Ciudad, Carlos Alban Holguín, y el
Secretario de Educación, Antonio Bustos Rivero,
a petición del Presidente, dieron al padre una indemnización por cinco millones
de pesos. Luego los terrenos fueron comprados por el distrito, y, con los cinco
millones se inició la construcción del Colegio León de Greiff, que duró ocho
meses.
Luis Eduardo Córdoba había logrado su
cometido: los vecinos estaban trabajando por el bienestar general. La junta de
acción comunal era una de las más organizadas de la ciudad. Sin embargo, aún el
barrio tenía problemas, uno de ellos la poca cobertura de los servicios
públicos. Rafael Carvajal había vendido los lotes sin pensar en abastecerlos de
agua, alcantarillado y energía eléctrica, lo que representó un gran problema.
El padre decidió hablar con el gerente del Acueducto de Bogotá para poder meter las acometidas al
barrio y que cada quien tuviera agua en su casa para no recurrir a las arcaicas
pilas, en las que se creaban largas filas y se formaban peleas. Lo logró; al
poco tiempo los dos barrios tuvieron su propio acueducto. El alcantarillado y
la energía eléctrica fueron gestionadas por la Junta de Acción Comunal. La pavimentación también fue gestionada por los
vecinos. Los barrios Marco Fidel y el San Jorge ya no eran entes
separados, sus habitantes trabajaron unidos como nunca lo volverían a hacer.
Ya eran comunes las acciones conjuntas que enorgullecían al padre Córdoba. El parque era un
agradable espacio destinado al paseo de los habitantes, tenía prados, jardines,
bancas, pero el mal uso lo dañó poco a poco. Los vecinos se dieron a la tarea
de reconstruirlo, trabajaron en sus ratos libres y los fines de semana; para
financiar la remodelación,
hicieron colectas. Su ubicación no ha cambiado: justo en frente de la Iglesia,
al otro lado de la calle 46.
A pesar de tantas gestiones y buenas
intenciones, aparecieron otros problemas. En los chircales del barrio se fabricaron la mayoría de
ladrillos con los que se construyó gran parte de las casas, pero ocasionaban un gravísimo problema ambiental y había que clausurarlos. El padre
vio la solución para que no fueran afectadas las familias que vivían de este
oficio: propuso la creación de cooperativas de producción de ladrillo para
poder adquirir maquinaria que simplificara la fabricación del ladrillo; hizo
varias investigaciones y gestionó la capa citación; pero se encontró con el
egoísmo y conformismo de estas personas, los jefes de familia sólo pensaban en
conseguir la exigua cantidad de dinero para emborracharse. Los esfuerzos del
padre fueron en vano y así se perdió la oportunidad de fundar una verdadera
empresa ladrillera competitiva. Los chircales fueron cerrados.
La última obra que hizo el padre Córdoba
fue comunicar al barrio con la ciudad. Este —como muchos barrios de Bogotá— no
fue concebido ni organizado como parte integral de la ciudad; sus obras se
fueron realizando según las necesidades. Para entrar había que ir hasta el
barrio San Carlos, y girar por la calle 50 sur. La solución era abrir un
pequeño segmento en el separador de la avenida Caracas para que los buses no
dieran aquella vuelta —que era bastante absurda— e ingresaran directamente por la calle 46. El padre y los
miembros de la Junta de Acción Comunal llamaron infinidad de ocasiones a la
Oficina de Obras Públicas, y recibieron otra infinidad de excusas y evasivas.
El padre decidió invitar al Alcalde Mayor y mostrarle la situación. El
mandatario bogotano dio orden inmediata para que se
iniciaran las obras. Desde aquel momento la calle 46 se volvió la vía de acceso
principal y, mágicamente,
se empezó a iluminar y a llenar de establecimientos comerciales.
Pero como todo lo bueno, duró poco. La
Junta de Acción Comunal había logrado muchísimas cosas, entre ellas mantener
unidos los dos barrios. Desde 1980 empezó la degradación de esta organización; muchos
políticos —que nada tenían que ver con los barrios— llegaron con falsas
promesas, y los líderes barriales empezaron a corromperse, a cobijarse al árbol
que mejor les diera sombra. Poco a poco volvió la apatía, el egoísmo, la desconfianza, el
escepticismo. Se volvió a abrir la brecha que separaba a los dos barrios. La
calle 46 fue la más afectada. Aquel pavimento, hecho con el sudor y las ganas
de muchos vecinos, empezó a agrietarse. La inseguridad estuvo a la orden del
día, era común ver delincuentes amedrentando a los vecinos en plena luz del
día. El parque se convirtió en una “olla” y un centro de acopio para la
delincuencia.
En 1998 el Padre Luis Eduardo Córdoba
Torres fue trasladado, noticia que cayó como un baldado de agua fría para
aquellos que aún creían que el barrio —o los dos barrios— se podían salvar de
la indiferencia de sus habitantes. Se volvió a conformar un Consejo Comunal que,
lastimosamente, tenía miembros sólo atentos a sus intereses particulares. La 46
estaba retrocediendo aceleradamente. Ya no era ese remanso de paz y unión con
el que soñó el párroco, de hecho, hasta se habían establecido un par de
burdeles de mala muerte, muy cerca de la Caracas.
NUEVOS AIRES CON EL CAMBIO DE NOMENCLATURA
Dos años después de la partida del padre,
el cambio de nomenclatura parecía que le daba la estocada final; pero no fue
así. La Iglesia San Judas Tadeo y el parque, ubicado justo enfrente,
le empezaron a devolver la vida. El parque fue remodelado completamente, y se
instaló un Centro de Asistencia Inmediata (CAÍ) para darle más seguridad a la
población deportista. Hoy en día es común ver personas jugando micro-fútbol,
baloncesto e incluso patinando hasta altas horas de la noche. Los fines de
semana decenas de familias lo visitan para compartir un helado o un juego. Cabe
anotar que en los 350.000 metros cuadrados que conforman los dos barrios no hay
un mejor lugar para tales actividades.
No hay que olvidar que una parte de este
sitio es especialmente colorida: el costado norte, o la “Cuadra de los Niches”. Niche es como en lenguaje bogotano se llama a un afrodescendiente o negro. Cualquier apelativo que tenga
el prefijo “afro” no es bien recibido por la comunidad, pues hay quienes lo
consideran como un eufemismo: “Dígame negro, no se complique”, comentó uno de
los empleados de la peluquería Black and White,
ubicada en el parque. Desde hace más de siete años la población negra del
barrio se ha asentado en esa zona, llenando de color las oscuras noches
barriales. Su peculiar forma de hablar, la música a todo volumen y la desbordante
alegría, le dan al parque un ambiente de continuo carnaval, y es inevitable que
se dibuje una sonrisa en la boca de quien cruce por allí; aunque para muchos
sea de desagrado: “Esos negros no hacen sino hacer bulla”, afirma María Cano,
propietaria de la papelería Lorena,
que en otras épocas estaba ubicada en el lugar donde ahora se encuentra Black and White.
Gradualmente la seguridad se ha ido
recuperando en este sector. Aunque aún se nota un poco de desconfianza entre los vecinos, hay quienes
expresan que “este es un barrio pacífico”, como lo ratifica uno de los agentes
de Policía del CAÍ, que agrega: “En este barrio es raro ver un robo grande, ya
la gente es muy pacífica, el problema son los barrios de arriba (ubicados en
las lomas); esos sí son inseguros”.
La iglesia continúa recibiendo feligreses
cada noche que caminan por la 46, pero son pocos los que aún recuerdan a ese
personaje que les dio esperanzas para formar una comunidad en torno a esta
calle. Para aquellos que tienen presente la obra de Luis Eduardo Córdoba estos
barrios simbolizan la resistencia contra la apatía, la indiferencia y el
egoísmo, pues como dijo él: “Primero morir que ceder”. Sí, para todos ellos
esta calle nunca será la Diagonal 45F; siempre será… la 46.