domingo, 6 de octubre de 2013

LA CALLE 46 SUR, MAS ALLÁ DE UNA NOMENCLATURA

La diagonal 45 F sur, en el barrio Marco Fidel Suárez, comienza en la transversal 16 A bis y se extiende hasta la avenida Caracas, de oriente a occidente. Queda a un cuarto de hora del centro de la ciudad en Transmilenio, porque el trayecto puede durar hasta 40 minutos en una buseta. Si se le pregunta a un habitante de este barrio sobre su ubicación nunca nos daría razón. Si se le pregunta por la “calle 46” responde de inmediato. Este era su anterior nombre, y pesar de que el cambio de nomenclatura lo modificó, la siguen llamando “La cuarenta y seis”. La misma que vio nacer hace más de 60 años los barrios Marco Fidel Suárez y San Jorge. A lo largo de esta avenida usted puede desayunar, conseguir los ingredientes para un buen almuerzo —o comprarlo hecho—, citarse con el novio o la novia, peluquearse para verse bien, apostarle un rato a la suerte, comprar un regalo, cenar, tomarse una cerveza con un amigo, curar una resaca con remedios naturales o artificiales, jugar micro fútbol o baloncesto, orar y arrepentirse de todos los pecados. Hay 202 establecimientos comerciales que forman un cúmulo de colores, formas y sonidos a lado y lado de la calle, similar a una avenida principal de pueblo.
Entre los más comunes están: 11 panaderías, con ese único y provocativo aroma; 11 mercados de verdura —o líchigos—, llenos de ese verdor propio de estos alimentos; 12 restaurantes dispuestos a servir los “tres golpes” diarios, 20 centros de comunicaciones o cabinas telefónicas, 9 puntos de apuestas, conocidos como chances. Hay 10 tiendas de paredes y mesas amarillas —que es el color distintivo de la marca de cerveza más consumida—, donde es común escuchar, al máximo volumen, los éxitos de los artistas populares: Darío Gómez, Johnny Rivera, Giovanni Ayala, Charrito Negro, Los tigres del Norte, seguidos de las voces de personas que los corean a viva voz. Continúan la lista las seis peluquerías en las que usted se puede acicalar para cualquier reunión y los tres únicos y particulares negocios de hierbas: sitios especializados en la venta de plantas medicinales que curan resfriados, malestares estomacales, dolores de cabeza, resacas y hasta matan pulgas.

LA DECADENCIA

Durante varios años, la 46 fue la vía de acceso principal a los barrios Marco Fidel Suárez, San Jorge y San Pablo, por la que era conocida como “la Principal”. Por ahí llegaban las rutas provenientes de la avenida Boyacá, la 68, la carrera 30 y la Caracas, lo que estimuló el desarrollo comercial del sector. Pero aunque estaba iluminada, la opacaba la inseguridad. El parque, localizado en la 46 con carrera 13, era el epicentro del robo, y no era recomendable pasar por este lugar de aroma agridulce —un olor generado por la combustión de la marihuana— en las horas de la noche. Un CAÍ, localizado en el lugar desde hace ocho  años, se vislumbró como la única solución.
La construcción del sistema de transporte masivo por la avenida Caracas fue algo significativo para el futuro de esta polifuncional avenida. Desde el año 2000, la “Principal” no sería más la calle 46; la 47 sería su reemplazo. Nació la estación de Transmilenio de Santa Lucía, de modo que la única manera de ingresar al Marco Fidel Suárez fue por esta calle; la 46 vio su habitual camino sellado por ese esperpento de metal y vidrio donde se detienen grandes buses rojos atiborrados de personas, que más parecen mercancía de carga que seres humanos. Ya no sería el camino de llegada de los trabajadores y estudiantes hacia sus casas y el descanso nocturno; ahora se convertiría en el punto de partida de los habitantes hacia sus obligaciones laborales y académicas, en medio de las heladas madrugadas, puesto que los buses que cubrían algunas de las rutas que salían desde estos barrios hacia las principales avenidas partirían de allí.
Con la llegada del Transmilenio se implantó el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) para Bogotá y vino el cambio de nomenclatura. La calle 46 pasó a ser la diagonal 45F. Su sucesora contó con similar suerte, de calle 47 a diagonal 46. Por ello una dirección tan sencilla como “carrera 15 calle 46-12 sur” se convirtió en un adefesio numérico-literal como “transversal 16H Diagonal 45C 12 sur”, llevando a que muchos se perdieran “¡incluso para llegar a su propia casa!”.
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SI SE PRENDE UNA LUZ SE APAGA OTRA

El tramo que solía ser más transitado en la 46 iba desde el parque (carrera 13) hasta la avenida Caracas. Esto la hacía luminosa y llena de vida, pero esa luz —al no tener el mismo volumen de visitantes nocturnos— se trasladó al sur, a su sucesora. Su pavimento se fue agrietando poco a poco, pero para el sistema de transporte masivo que se inauguraba en esos días no tenía importancia. Se buscó remediar el daño a la malla vial con soluciones pasajeras, como regar escombros, lo que sólo aumenta el daño: la calzada parece la escenografía de un comercial de camionetas 4x4. Si se hace una reparación oficial, con “ingenieros, maquinaria y toda la cosa”, sólo se efectúa en un absurdo tramo de máximo 10 metros, “y eso porque el barrio esté de buenas”, según afirma la dueña de una de las panaderías más antiguas. Como si se escogieran al azar las partes de la calle que se van a reparar, es común ver un trayecto largo de obstáculos callejeros y en medio un sendero en perfecto estado.
La calle 47, conocida como “la principal”, fue repavimentada casi por completo. Los hijos verdes de los grandes buses rojos, conocidos como alimentadores, ingresarían a estos barrios por allí. Poco a poco fue recibiendo nuevos y antiguos comerciantes, empezó a llenarse de negocios que la reactivaron. “Es que, al ver que ahora la principal iba a ser la 47, mucha gente se empezó a pasar pa’ allá”, comenta un habitante del Marco Fidel Suárez que reside allí hace más de 17 años, y ha vivido muy de cerca este cambio. ¡Y se hizo la luz! La calle 47, que ni siquiera era común para el transeúnte se volvió en la más polifacética, iluminada y recorrida del Marco Fidel Suárez. Al suprimir las rutas por la Caracas, comenzó a ser transitada por los habitantes que vienen de alguna parte de esta avenida y que, desde la estación de Santa Lucía, recorren a pie lo que queda para llegar sus casas. Le dio un impulso grandísimo a los establecimientos comerciales. Se podría decir que goza de un mayor esplendor del que tuvo su antecesora.

 EL PÁRROCO IMPULSOR DEL MARCO FIDEL SUAREZ

Hacia 1958 un joven llamado Luis Eduardo Córdoba, estudiante de Contaduría, empezó a trabajar para Rafael Carvajal, dueño de una empresa urbanizadora. Luis hacía la contabilidad del loteo de una urbanización que se construía al sur-oriente de Bogotá. Las personas que adquirían estos lotes tenían que recurrir a hipotecas para poder hacerse propietarios de una porción de terreno. La mayoría de ellos provenía del campo, tal como lo dice José Mauricio Sierra —uno de los habitantes más antiguos— en un pequeño libro que cuenta la historia del Marco Fidel Suárez. La división de las calles, avenidas y lotes hecha en esa época es la que aún existe.
A pasar el tiempo, Luis evidenció la importancia de destinar zonas para el desarrollo de la comunidad: parques, escuelas, centros de salud. Aprovechando la amistad que había formado con su jefe, le comentó su inquietud, argumentando que no sólo había que pensar en el dinero. Don Rafael se disgustó con ese comentario. Los enfrentamientos entre los dos se hicieron comunes, Luis, incluso, fue acusado de “comunista”; así que, cansado de la intransigencia de su jefe, optó por renunciar en diciembre de 1959. En 1960 terminó su carrera y decidió irse a un seminario ubicado en la Ceja, Antioquia. Seis años después se ordenaría como sacerdote. Por cuestiones del destino, en noviembre de 1968 fue nombrado párroco de la Iglesia San Judas Tadeo, en el barrio Marco Fidel Suárez; capilla fundada el año en que dejó de trabajar con don Rafael.
Lo primero que hizo fue acercarse a la gente. La apatía y desunión de los habitantes era una constante, además, había una rivalidad entre aquellos dos barrios hermanos. Un ambiente muy difícil porque la mayoría de personas que llegaron a esas tierras habían sido desplazadas por la violencia bipartidista que desangró al país; ningún vecino podía confiar en su prójimo debido a las secuelas que esa cultura de la violencia.
Pero fue en la Iglesia, ubicada en la calle 46, donde se generó un tipo de resistencia. El padre Luis Córdoba estaba empecinado en cambiar la mentalidad de los habitantes de los dos barrios, en quitarles esa desconfianza tan arraigada en pro de su desarrollo. Tuvo que enfrentarse a los gamonales de la zona, razón por la que empezó a recibir amenazas de muerte. Poco a poco consiguió el apoyo de los vecinos. Ahora sí tenía las herramientas para hacer realidad aquello que intentó 10 años atrás en el barrio.
En enero de 1970 fue capturado por dos personajes en pleno centro de la ciudad. Resulta que días antes citó a un grupo de personas a la iglesia, les dijo que llevaran picas, palas y “todas las herramientas que tuvieran”. En el costado sur de la iglesia había un terreno que aún no había sido construido, el padre Luis, al verlo, pensó en el colegio que tanto le hacía falta a su barrio, y se dio a la tarea de trabajarlo y cercarlo. Los vecinos lo apoyaron respondiendo a un persuasivo aviso que puso el párroco: “Primero morir que ceder”. Era una situación arriesgada porque aquellos terrenos pertenecían a la familia Pardo Morales. Efectivamente, al otro día de empezar las obras, la familia lo demandó.
Lo metieron preso, e indignado por semejante abuso de autoridad alegó: “¡Señores! Si ustedes no se la saben yo se las voy a enseñar, un niño, cuando no quiere jugar más dice tacho remacho (…) eso en derecho se llama Habeas Corpus… ¡o me llaman al juez o me tienen que dejar libre! O si no, pongo una denuncia por abuso de autoridad”. Motivo suficiente para hacerse merecedor de una golpiza. De allí fue trasladado a una celda. Le pidió a un militar que pasaba cerca que llamara al secretario del Presidente de la República: Álvaro Leyva Durán, amigo suyo. Estaba preso en el palacio de San Carlos.
Álvaro Leyva se hizo presente, lo sacó de ese lugar y le pidió que le explicara qué había sucedido. El padre Luis le pidió que lo llevara a hablar con el presidente Misael Pastrana Borrero. También contó la historia y aunque el Presidente reconoció que invadir los terrenos estaba mal hecho, le ofreció todo su apoyo. Esta es otra de las anécdotas que narra José Mauricio Sierra en su libro, Diario de un híbrido.

OBRAS CON EL SUDOR DE TODOS

El Alcalde de la Ciudad, Carlos Alban Holguín, y el Secretario de Educación, Antonio Bustos Rivero, a petición del Presidente, dieron al padre una indemnización por cinco millones de pesos. Luego los terrenos fueron comprados por el distrito, y, con los cinco millones se inició la construcción del Colegio León de Greiff, que duró ocho meses.
Luis Eduardo Córdoba había logrado su cometido: los vecinos estaban trabajando por el bienestar general. La junta de acción comunal era una de las más organizadas de la ciudad. Sin embargo, aún el barrio tenía problemas, uno de ellos la poca cobertura de los servicios públicos. Rafael Carvajal había vendido los lotes sin pensar en abastecerlos de agua, alcantarillado y energía eléctrica, lo que representó un gran problema. El padre decidió hablar con el gerente del Acueducto de Bogotá para poder meter las acometidas al barrio y que cada quien tuviera agua en su casa para no recurrir a las arcaicas pilas, en las que se creaban largas filas y se formaban peleas. Lo logró; al poco tiempo los dos barrios tuvieron su propio acueducto. El alcantarillado y la energía eléctrica fueron gestionadas por la Junta de Acción Comunal. La pavimentación también fue gestionada por los vecinos. Los barrios Marco Fidel y el San Jorge ya no eran entes separados, sus habitantes trabajaron unidos como nunca lo volverían a hacer.
Ya eran comunes las acciones conjuntas que enorgullecían al padre Córdoba. El parque era un agradable espacio destinado al paseo de los habitantes, tenía prados, jardines, bancas, pero el mal uso lo dañó poco a poco. Los vecinos se dieron a la tarea de reconstruirlo, trabajaron en sus ratos libres y los fines de semana; para financiar la remodelación, hicieron colectas. Su ubicación no ha cambiado: justo en frente de la Iglesia, al otro lado de la calle 46.
A pesar de tantas gestiones y buenas intenciones, aparecieron otros problemas. En los chircales del barrio se fabricaron la mayoría de ladrillos con los que se construyó gran parte de las casas, pero ocasionaban un gravísimo problema ambiental y había que clausurarlos. El padre vio la solución para que no fueran afectadas las familias que vivían de este oficio: propuso la creación de cooperativas de producción de ladrillo para poder adquirir maquinaria que simplificara la fabricación del ladrillo; hizo varias investigaciones y gestionó la capa citación; pero se encontró con el egoísmo y conformismo de estas personas, los jefes de familia sólo pensaban en conseguir la exigua cantidad de dinero para emborracharse. Los esfuerzos del padre fueron en vano y así se perdió la oportunidad de fundar una verdadera empresa ladrillera competitiva. Los chircales fueron cerrados.
La última obra que hizo el padre Córdoba fue comunicar al barrio con la ciudad. Este —como muchos barrios de Bogotá— no fue concebido ni organizado como parte integral de la ciudad; sus obras se fueron realizando según las necesidades. Para entrar había que ir hasta el barrio San Carlos, y girar por la calle 50 sur. La solución era abrir un pequeño segmento en el separador de la avenida Caracas para que los buses no dieran aquella vuelta —que era bastante absurda— e ingresaran directamente por la calle 46. El padre y los miembros de la Junta de Acción Comunal llamaron infinidad de ocasiones a la Oficina de Obras Públicas, y recibieron otra infinidad de excusas y evasivas. El padre decidió invitar al Alcalde Mayor y mostrarle la situación. El mandatario bogotano dio orden inmediata para que se iniciaran las obras. Desde aquel momento la calle 46 se volvió la vía de acceso principal y, mágicamente, se empezó a iluminar y a llenar de establecimientos comerciales.
Pero como todo lo bueno, duró poco. La Junta de Acción Comunal había logrado muchísimas cosas, entre ellas mantener unidos los dos barrios. Desde 1980 empezó la degradación de esta organización; muchos políticos —que nada tenían que ver con los barrios— llegaron con falsas promesas, y los líderes barriales empezaron a corromperse, a cobijarse al árbol que mejor les diera sombra. Poco a poco volvió la apatía, el egoísmo, la desconfianza, el escepticismo. Se volvió a abrir la brecha que separaba a los dos barrios. La calle 46 fue la más afectada. Aquel pavimento, hecho con el sudor y las ganas de muchos vecinos, empezó a agrietarse. La inseguridad estuvo a la orden del día, era común ver delincuentes amedrentando a los vecinos en plena luz del día. El parque se convirtió en una “olla” y un centro de acopio para la delincuencia.
En 1998 el Padre Luis Eduardo Córdoba Torres fue trasladado, noticia que cayó como un baldado de agua fría para aquellos que aún creían que el barrio —o los dos barrios— se podían salvar de la indiferencia de sus habitantes. Se volvió a conformar un Consejo Comunal que, lastimosamente, tenía miembros sólo atentos a sus intereses particulares. La 46 estaba retrocediendo aceleradamente. Ya no era ese remanso de paz y unión con el que soñó el párroco, de hecho, hasta se habían establecido un par de burdeles de mala muerte, muy cerca de la Caracas.
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NUEVOS AIRES CON EL CAMBIO DE NOMENCLATURA

Dos años después de la partida del padre, el cambio de nomenclatura parecía que le daba la estocada final; pero no fue así. La Iglesia San Judas Tadeo y el parque, ubicado justo enfrente, le empezaron a devolver la vida. El parque fue remodelado completamente, y se instaló un Centro de Asistencia Inmediata (CAÍ) para darle más seguridad a la población deportista. Hoy en día es común ver personas jugando micro-fútbol, baloncesto e incluso patinando hasta altas horas de la noche. Los fines de semana decenas de familias lo visitan para compartir un helado o un juego. Cabe anotar que en los 350.000 metros cuadrados que conforman los dos barrios no hay un mejor lugar para tales actividades.
No hay que olvidar que una parte de este sitio es especialmente colorida: el costado norte, o la “Cuadra de los Niches”. Niche es como en lenguaje bogotano se llama a un afrodescendiente o negro. Cualquier apelativo que tenga el prefijo “afro” no es bien recibido por la comunidad, pues hay quienes lo consideran como un eufemismo: “Dígame negro, no se complique”, comentó uno de los empleados de la peluquería Black and White, ubicada en el parque. Desde hace más de siete años la población negra del barrio se ha asentado en esa zona, llenando de color las oscuras noches barriales. Su peculiar forma de hablar, la música a todo volumen y la desbordante alegría, le dan al parque un ambiente de continuo carnaval, y es inevitable que se dibuje una sonrisa en la boca de quien cruce por allí; aunque para muchos sea de desagrado: “Esos negros no hacen sino hacer bulla”, afirma María Cano, propietaria de la papelería Lorena, que en otras épocas estaba ubicada en el lugar donde ahora se encuentra Black and White.
Gradualmente la seguridad se ha ido recuperando en este sector. Aunque aún se nota un poco de desconfianza entre los vecinos, hay quienes expresan que “este es un barrio pacífico”, como lo ratifica uno de los agentes de Policía del CAÍ, que agrega: “En este barrio es raro ver un robo grande, ya la gente es muy pacífica, el problema son los barrios de arriba (ubicados en las lomas); esos sí son inseguros”.

La iglesia continúa recibiendo feligreses cada noche que caminan por la 46, pero son pocos los que aún recuerdan a ese personaje que les dio esperanzas para formar una comunidad en torno a esta calle. Para aquellos que tienen presente la obra de Luis Eduardo Córdoba estos barrios simbolizan la resistencia contra la apatía, la indiferencia y el egoísmo, pues como dijo él: “Primero morir que ceder”. Sí, para todos ellos esta calle nunca será la Diagonal 45F; siempre será… la 46.

3 comentarios:

  1. Hola. Un saludo.
    Yo soy el autor de este texto. Sólo te pido que me des el crédito.
    http://www.banrepcultural.org/cronicas-barriales/pdf/la-46-sur-mas-alla-de-una-nomenclatura.pdf

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  2. Que bonito conocer esta historia de mi barrio Marcó Fidel Suárez que me vio crecer llegue allí desde que tenía un año y salí a los 20 años allí viví toda mi infancia adolescencia en fin y aunque ya no vivo en Bogotá cada vez que tengo a oportunidad de ir a Bogotá voy y recorro las calles de mi hermoso barrio. gracias por compartirnos esta historia de nuestro barrio.

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  3. Esta muy molo el servicio se queda la imagen pausada

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